27 oct 2009

La riqueza nos brota del suelo, la pobreza de la mente

La crisis económica provocada por la burbuja financiera especulativa, ha generado cambios importantes en los mercados de capital, promoviendo ahora el auge de los metales, los hidrocarburos y las materias primas. Estos cambios estructurales tendrán consecuencias importantes en un futuro muy cercano, porque será la matriz del nuevo orden económico que se configura, luego del derrumbe neoliberal.

En ese orden, el oro está jugando de nuevo un papel importante para explicar el comportamiento que tienen en la actualidad los flujos de inversión. Con el derrumbe de la principal moneda de reserva internacional -el dólar-, el oro regresa a reclamar el papel que le corresponde en la historia económica. Si recordamos, este metal sirvió de respaldo a la emisión de moneda, dadas sus propiedades físicas y químicas que posee, hasta que en forma unilateral el gobierno de Estados Unidos dejó de respaldar cada billete con reservas de oro. Sin embargo, ahora que el dólar se hunde en su propio fango, el oro regresa como destino preferido de las grandes inversiones. Y lo hace, no sólo por ser un símbolo de riqueza y estabilidad económica, sino porqué muchos de los emprendimientos tecnológicos actuales requieren de este metal para poder funcionar y desarrollarse, más allá del glamour que le otorgan los fabricantes de joyas.

Luego están los hidrocarburos, resaltando el petróleo y el gas como una dupla que define la geoestrategia global de los grandes centros de poder en el mundo. La posesión de estos bienes tan necesarios en la actual matriz energética del mundo, permite y explica el surgimiento de nuevas potencias económicas, como Brasil y la renovada Rusia, sin mencionar el deseo chino de proveerse de estos recursos para consolidar su condición de potencia mundial. El fracaso de Estados Unidos e Inglaterra por controlar el petróleo del oriente próximo, ha propiciado su declive. Alfredo Jalife-Rahme, en el diario La Jornada lo dice claramente: “fue justamente el año siguiente (después de la invasión de Irak) cuando emergió lo que podríamos denominar ‘la ecuación del siglo XXI’: declive del dólar y auge de dos binomios tangibles, el petróleo/gas y el oro/plata”.

Por último, la urgente necesidad que tienen las grandes economías del mundo por abastecerse de materias primas para continuar con los niveles de desarrollo que tienen, hace que estos recursos sean cada vez más codiciados y se conviertan también en el centro de las estrategias globales de la política internacional y de interés para las grandes transnacionales vinculadas con la fabricación de bienes y servicios.

La relativa abundancia de recursos naturales existente en nuestro país, incluyendo la tenencia de agua, oro, minerales, petróleo y una rica variedad de especies de flora y fauna, que lo hace un centro importante de biodiversidad en el mundo, acompañado de una rica diversidad cultural, es quizás nuestra mayor riqueza y la que mejor hemos guardado, pero también, se encuentra en un peligro latente de destrucción, por la lógica de explotación a la que se expone con las actuales políticas entreguistas que se impulsan.

Por todo eso, duele observar como en Guatemala se entregan nuestros recursos a través de conseciones que más parecen regalos ilimitados de explotación, bajo la lógica especulativa del negocio rápido, del tráfico de influencia y la corrupción. Todo ello, amparado con el viejo discurso de la globalización neoliberal de apertura ilimitada para el capital enmarcado en la misma lógica de dejar a las fuerzas del mercado actuar sin mayor riesgo y restricción para saquear la riqueza existente. No nos damos cuenta lo que esta en juego, nuestra propia sobre vivencia como país. El mundo ha cambiado, dejando atrás la globalización especulativa financiera, para centrarse en el desarrollo de la economía real en donde el Estado tiene un papel fundamental, sobre la base de la posesión y uso de los recursos estratégicos, los cuales, todos ellos, – afortunada o desafortunadamente – se encuentran en Guatemala.