24 sept 2009

El poder


El término se forma a partir de los vocablos latinos possum – potes, que se interpreta como la capacidad de dominación sobre algo o como la capacidad para influir en otro. De este concepto, se han ocupado la sociología y la política alrededor de describir su naturaleza, sus alcances, su construcción y las formas de manifestarse. A lo largo de la historia de la humanidad, el punto central de toda organización social ha girado en torno al poder, y por esa experiencia se asume que así seguirá siendo, por lo menos unos siglos más.

El poder puede construirse y ejercerse de distintas formas, ya sea por la fuerza a partir de la violencia que se ejerce, o través de una autoridad reconocida y aceptada, pero también, por medio de la persuasión, el control económico o por la sumisión. El poder ejercido desde la institucionalidad del estado es represivo por qué busca contener el descontento y mantener el status quo. En la democracia, se delega el poder de manera provisional, siempre o casi siempre alrededor de una disputa ideológica que se pone a consideración del poder supremo, el pueblo. Por su parte, los medios de comunicación juegan su papel -ellos incluso llegan a llamarse el cuarto poder-, como reproductores de la hegemonía cultural que emana del estado, la escuela, la iglesia y la familia, instituciones que ejercen el poder sobre la sociedad en su conjunto por medio de la persuasión moral. En el ámbito económico, el poder de las empresas proviene de la posición dominante en la relación social entre el capital y el trabajo. En la relación personal, la sumisión que se entiende como el sometimiento total, la dominación del que ejerce su voluntad al sometido, se convierte en la perversión en las relaciones de poder. En estas últimas dos formas de manifestación del poder, propias de la esfera privada, vemos una desigualdad en términos del enfrentamiento. Tanto el hijo/a que asume la autoridad de los padres como algo dado y aceptado por la sociedad, como el trabajador desprovisto de medios de subsistencia, que se enfrenta a un mundo laboral construido por el capital, llevan un desigual enfrentamiento.

Cuando se vive en una democracia, todos/as asumimos que el sistema ha creado mecanismos para compartir el poder, resolver los conflictos que surgen en torno a él y generar un reconocimiento del poder delegado. Sin embargo, cuando se recurre a la represión y generalizar la violencia con tal de mantener el poder, como ocurre en el caso de Honduras, eso se convierte en una dictadura. Más si se accedió al poder violentando las normas aceptadas y reconocidas por todos. Por ello, la lucha al final de cuentas, se reduce a una acción de fuerza, y el que tiene la fuerza mantiene el poder. Al final ese es el papel que tienen los ejércitos, el ejercicio pleno del poder.

El conflicto de Honduras, es la rebelión de los que nunca han tenido poder, contra los que no quieren perderlo y se aferran a él a cualquier costo. Esos personajes que han sometido durante años al pueblo hondureño por medio del sometimiento económico, moral y político, son los que usan la violencia para aferrarse a los beneficios que el poder genera. Por ello, cuando se dice que el poder soberano radica en el pueblo, se aplica si y sólo si, el pueblo asume su papel para cambiar la correlación de fuerza existente. En otras palabras, si los pueblos potencian sus capacidades para ejercer su soberanía. Como dijo Hanna Arendt, “el único factor material indispensable para la generación de poder es el vivir unido al pueblo”.